La cinta galardonada en Cannes “Parásito”, dirigida
por el surcoreano Bong Joon-ho (“Okja”, “Memories of a Murder”) nos permite ver
con gran maestría como confronta una Corea del Sur que por un lado habita una
burguesía espléndida —que disfruta de todos los beneficios de un país próspero—
y, los olvidados (no a lo Buñuel) de la sociedad: pobres que para poder
subsistir tienen que arreglárselas —el filme comienza cuando Gi Woo (Choi Woo
Shik) que vive en el bajo de un edificio, trata de encontrar un rincón de su
cuartucho, en el que pueda conectarse a la línea wifi gratuita de algún vecino
del edificio. Los Ki-taek viven en una zona pobre de Seúl.
A través de la hipótesis sobre las representaciones
sociales (de pronto en occidente), se observan intentos de avanzar hacia la
discusión de conceptos teóricos donde el paradigma de las representaciones
sociales se vincula de manera implícita al concepto de imaginario (Arruda-De
Alba, 2007). Y es que si bien el filme a través del contraste entre una familia
pudiente y los Ki-taek, quienes no lo son —con todas las aflicciones que cada
nivel de la familia puedan vivir—, el cineasta sin rodeo alguno deja también la
idea de quienes son los parásitos en una sociedad dada.
Si bien el cineasta en el último tercio del filme conduce
a la locura en un violento y tétrico tramo final en el que creemos que
cualquier cosa es posible —nada de lo humano me es ajeno—; su logro mayor y
realmente sorprendente de un cineasta asociado hasta ahora al cine fantástico,
es el de introducir un subtexto de
denuncia y advertencia social en su propuesta.
Para quien el imaginario supone esquemas diferentes
que actúan siguiendo el principio de la equivalencia y se expresan mediante imágenes
simbólicas creadas de manera dinámica como giro argumental, brotan interacciones
entre las pulsiones y lo social en una sátira irreverente.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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