La película “Un asunto de familia” del coreano Kore-eda,
Palma de Oro en Cannes y uno de los favoritos al Oscar tras su triunfo en el
festival francés, trata de Osamu y su hijo, quienes dedicados vagabundear con
pequeños hurtos (para comer) encuentran una niña en pleno ambiente del frío
oriental. Tras recogerla y llevarla a casa. La esposa de Osamu no está de
acuerdo con la decisión, pero finalmente accede cuando surgen las dificultades
de la niña, en un claro eco a Dickens.
El asunto cambia cuando a través de un accidente, se
ponen a prueba aquellos lazos que les unen como seres humanos que son. Y es que
esta magistral historia, plantea que no existe nada más conciliador en el
interior del espectador de cine, cuando su conciencia y su pesadumbre son
manejadas en la trama desde el punto de vista del niño y los ejemplos abundan
en el cine desde aquella cinta “El chico” con Charles Chaplin.
Aunque un paradigma como anillo al dedo es la película
del mismo Chaplin, “The Tramp (Charlie on the Farm”). El personaje representa la desdicha humana, no porque
el
personaje simboliza la desdicha humana, no porque él quiera ser infeliz, sino
como resultado de un entorno hostil. La mayoría de sus películas muestran dos
situaciones paralelas y contrapuestas (como la del coreano que hoy traigo a la
columna). Los guiones no se limitan a un enfrentamiento de clases. Charlot
intenta abandonar la marginalidad, pero, cuando lo consigue, tampoco encaja en
el mundo de los ricos. Por tanto, se convierte en un personaje discriminado.
Y es que las aflicciones, si bien parecen girar en un
universo sin ley y conseguir todo aquello que se desee, la premisa de darle al
pobre lo que tiene la gente más adinerada, ha sido también otro corolario a la
hora de observar los desiguales roles sociales no solo en el cine sino en la
vida social. La película “Los olvidados” de Luis Buñuel, es un claro paradigma
de ello. No hay que escudarse en el cine para tocar todos estos temas de
actualidad, pero es que este medio y el espectador solo frente a la pantalla
(que no es otra cosas que su propio interior) desnuda sus propias cuitas.
En este sentido, ¿atravesar la frontera de lo ficticio
dónde queda? Pienso que por el protagonismo compartido entre espectador y “ese
niño” (que es él a la larga) todo queda latente sin límite alguno. Y es que
para las historias de familia y seres desprotegidos, engendran (y no sé por
qué) las primeras dudas éticas que surgen y girarán en torno a la vida misma.
Sirva pues el cine para desarrollar en el campo de la
vida social, todo ese espeso tema de la exclusión social y seres marginados,
donde nadie se toma la molestia de nada. En los niños, la ingenuidad infantil habla
de la indulgencia y ahí hay que aprender la condición del ser humano.
De manera pues que este tipo de cine, bien amerita ser
tenido en cuenta, no es que “no voy al cine a ver sufrir”, como algunos
espectadores señalan. En este sentido no se puede opinar de lo correcto e
incorrecto. Hay que tener conciencia de lo mucho que enseña, no obstante, este
cronista piensa que la vida con incertidumbres, siempre invitan a buscar
soluciones donde en apariencia no existen.
El escritor norteamericano Trenton Lee Stewart señala
un excelente escolio que: “Debes recordar que la familia nace a menudo de la
sangre pero no depende de la sangre. Tampoco es exclusivo de la amistad. Los
miembros de tu familia pueden ser tus mejores amigos. Y los mejores amigos,
estén o no relacionados contigo, pueden ser tu familia.”.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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