La idea esencial de esta obra maestra de Jackson (hay que
mirar todos los filmes en su conjunto), es que siempre la unión (de los Enanos,
Elfos y Hombres) para derrotar enemigos (como Sauron), suele dar sus frutos y
mayor sensatez de cara a confrontaciones con lo maligno. El personaje “maléfico” en el cine y la literatura, pese a
su repugnante presencia, es uno a quien los cineastas y novelistas deben estar
agradecidos, ya que sin ellos, los “buenos”, y sus bondadosas acciones, aburrirían
enormemente al espectador, en esta caso del cine.
Así que la metáfora de
un Smaug enfurecido que vuela hacia la Ciudad del Lago para acabar con
cualquier resto de vida, revela a personajes como Thorin, o un Bilbo sin la
ayuda aparente del mago Gandalf, para exactamente sentir esa fuerza buena,
poderosa, que invita a los espectadores en sus respectivas imaginaciones, a que
no les pase nada. En este sentido de identificaciones, el guión goza de todos
los ingredientes del mejor cine de aventuras.
Pero también esta épica y espectacularidad que Peter Jackson diseña
sin exagerados gestos de supremacía, dan a una Tierra Media asignaciones de
sentido, verosimilitud (dentro de lo “viable”) y apoyada más en la gesta,
gracias a que la banda sonora de Howard Shore está mucho más inspirada.
De pronto el final para los seguidores de la trilogía no les
resulte auténtico (muchos personajes no sabemos a la larga a dónde se van),
pero es que la añoranza sentida en los postreros fotogramas, permite perdonar
algún que otro momento deus ex machina a lo largo del guión.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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