“Noe” lo más reciente
de Aronofsky es una nueva simbología sobre las cosas de Dios y en su hipertexto
el mito de Caín. De todas formas es una inteligente y sorprendente propuesta
audiovisual, en la que nunca está demás pensar los propósitos de Dios —para quienes
creen en Él—. Además tiene el guión en sus tres tercios el ingrediente de un “Caín
moderno”, quizá con la resolución del cineasta sobre el mal, que siempre —o
casi siempre— está al lado del bien.
Podemos escribir
entonces que estamos ante un Noé muy consciente de quien es, y, para qué fue
escogido. Esto permite aseverar que si bien el personaje bíblico mantiene el
hilo conductor de la fábula, aunque sea atosigado en algunos momentos por “esos
caínes”, el espectador es un convencido que no le pasará nada. No porque el
personaje sea un semidiós, sino porque modula en conversación con Dios, lo que
a fin de cuentas se debe hacer —a veces simbolizado con el personaje de
Matusalén encarnando en Anthony Hopkins—.
Filme pues
tremendamente extraordinario en la medida en que nos deje preguntas a nosotros
mismos, y sobre todo lo que ha sido la humanidad desde que existe como tal. Por
eso, este “Noé” — al igual que su película
''Fuente de la Vida—, Aronofsky no nos habla de ser eternos. En este
sentido la película ''Noé'' no es opulenta ni pretenciosa. No obstante, no se
trata de una ficción cualquiera, sino aquella que muestra en su juicio: su
ensimismamiento en su plano estético y filosófico, sobre la esencia de lo que simboliza
el amor y los designios de Dios; que nos desafía claramente a la insuficiencia
del tiempo con el que contamos y de nuestros errores existenciales —algunas
terquedades de Noé—, pero al fin saber qué imaginar con ellos.
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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