viernes, 4 de abril de 2014

CINE COLOMBIANO RECIENTE

¿Hacia dónde va el cine colombiano? ¿Puede ser renovador y a la vez 'mainstream'? ¿Puede y quiere competir con la industria pesada no de Hollywood, sino de otros países de América Latina? ¿Qué dicen los creadores? ¿Y los cinéfilos? Tras el reciente festival internacional de cine de Cartagena de Indias donde se pudo observar el centelleante cine colombiano, pienso que podemos afirmar hoy día (ya lejos del cine de Gustavo Nieto Roa, Lisandro Duque, Ciro Durán, Camila Loboguerrero, Luis Alfredo Sánchez, Julio Luzardo, etc., etc.) dos semblantes importantes, y, tomo como referencia a dos películas colombianas estrenadas este año:

El primer aspecto se puede identificar a través de la cinta “Manos sucias” (2014) del cineasta Josef Wladyka, ambientada en la pobre Buenaventura del Pacífico colombiano. Si bien la película toca el tema del narcotráfico, la música ancestral de la región, su paisaje natural, el acertado casting de dos hermanos en la búsqueda del sueño perdido, y un montaje elíptico propio de las películas de acción; nos permite aseverar que estamos ante una buena película. Si bien plantea en su discurso una cuestión local —y real—, su condición de un “cine ágil” la distingue.

“Manos sucias” es de esas películas de la cuales no se puede escribir mucho, pues se cometería “spoiler”. De todas formas la idea central, parte de dos hermanos que deciden ir más allá de sus posibilidades de riesgo y ascenso en la vida, y aunque el narcotráfico evidentemente fue una opción exitosa para ello —no lo es para muchos otros colombianos—.

En lo estrictamente cinematográfico, el ritmo de “Manos sucias” no decae en ningún momento, logrando un timing perfecto en todo el relato. Algo que no se observaba hace rato en este tipo de cine colombiano reciente. Se percibe además en esta cinta, el oficio del cineasta, aunque no tenga mucho que mostrar. Así que con actores que parecen venir de la vida misma (si bien tienen estudios de actuación), ofrecen la garantía de una historia verdadera, aunque en los créditos no se diga nada al respecto.

El segundo aspecto lo podemos dilucidar a través de la película “Tierra en la lengua” (2014) de Rubén Mendoza, un cineasta colombiano que se dio a conocer por "La sociedad de semáforo" (2010). Pero antes de analizar y considerar su reciente filme, es pertinente señalar respecto a “La sociedad del semáforo” que es una interesante historia sobre seres marginales para hablarnos de esa jungla del asfalto que es la capital colombiana, aunque igualmente plantea todo un tratado sociológico sobre el tema de marginalidad. Ahora, con base en esto, podemos escribir que es una de las mejores películas colombianas al respecto.

Con "Tierra en la lengua" (gana el “India Catalina”  a la mejor película este año en el festival de cine de Cartagena de Indias) el cineasta nos introduce un personaje mayor, cascarrabias que orienta su destino y el de sus nietos a su capricho. En este contexto, la película plantea los antojos de quienes luchando contra su propia voluntad, seducen con mucho artilugio que en la vida siempre se hace lo que uno quiere. Esa propuesta de las decisiones personales porque yo soy así y bien “verraco”, muestra también rasgos de ese patriarcado que en muchas familias colombianas se da, precisamente por una sociedad machista.

Por lo demás, una historia lineal si se quiere, pero que en manos del personaje protagonista —caracterizado por Jairo Salcedo— aduce que mientras agonizo, yo mando. Y es que esta historia patriarcal, majestuosa —aunque sin solemnidad—, bien nos remite a muchos otros personajes del cine y la literatura, sobre todo cuando la muerte no está de vacaciones. Y si se quiere leer "Tierra en la lengua" en este sentido, pues resulta una reflexiva historia de no temerle a la muerte.

Así que al confrontar y comparar estos dos semblantes a través de estas dos películas desde el punto de vista de cine de autor, se puede identificar y contrastar —si se quiere— el cine colombiano reciente. Por un lado el llamado “autor independiente” —que no da un peso en la taquilla—, pero sí para mostrar más en festivales de cine (“Mambo cool”, “Monte adentro”, “Marmato”, etc.) y que de pronto algunos cineastas se esfuerzan demasiado en ello, logrando su propósito. La esencia de este tipo de cine es identificarlo al instante, que tenga la capacidad de hacernos asociar a una especie de microcosmos, mediante signos, sin tener que ser justamente a un cineasta. 

Yo diría además que con cámara en mano, planos largos y silenciosos, ausencia de música en momentos específicos, poco montaje y cambios de plano. Todo esto en su conjunto, logra colocar al espectador en un mundo real, donde los acontecimientos no se desarrollan como fotografías que cambian desapaciblemente, sino donde los ojos de la cámara —que ve y es el dedo que señala— se mantienen bien abiertos y absorben los momentos como realmente son: largos y angustiantes, perennes y a veces tediosos.

Y está ese otro cine de autor, que si bien no pierde su condición del llamado “neorrealismo”, tiene la garantía que además de un cine con cámara y mano firme, llega más pronto a las salas de cine nacional e internacional. Ninguno de estos dos tipos de cine aquí enunciados fastidia en la medida en que los chiches a los que estamos acostumbrados, están fuera del alcance de los cineastas, más próximos a mostrar sus puntos de vista con personalidad y atributos propios, aunque auxiliados casi siempre financieramente (Ibermedia, Proimágenes, etc.).

Pero ese cine colombiano que no es independiente y mucho menos cine de autor, lo verificamos en la película “Secreto de confesión” (2013), de Henry Rivero —uno no sabe si esta película es venezolana o colombiana—, aunque si bien, se aproxima a ese cine “mainstream” (convencional) y que el cine latinoamericano cada vez se aleja más de él; aun en las coproducciones ha tenido la suerte esquiva.  

De todas formas si bien la idea de la película “Secretos de confesión” resulta sugestiva —un sicario le dice a un sacerdote en una confesión que va a ser asesinado por él—, el filme se diluye en la intriga secundaria y unos diálogos que a veces quieren explicarlo todo. Además, de tanto salto espacio temporal en el relato —su aspecto menos favorecedor—, de pronto algunos criterios de peso dramático en el guión no sobresalen si bien el hilo conductor es una confesión sincera —aunque suene a tautológico— de parte de un sicario (Marlon Becerra).

Y es que la cinta es un thriller psicológico, que deviene en una dialéctica sobre el bien y el mal —a través de dos personajes— en medios corruptos, que de pronto ya no sorprende al espectador colombiano atosigado sobre este tipo de temas. Lo mejor a mi juicio es la fotografía  que logra dar tono a escenas propias del thriller, aunque el guión cae en sus dos tercios finales. Ya lo dice Robert McKee: "si quiere escribir un buen guión, lea la "Poética", de Aristóteles.

Conclusión: que estén donde quieran los cineastas colombianos y su forma de “ver” el cine, falta además mucha cultura de marketing cinematográfico y sobre todo en esta época del cine digital. “Dado que el papel de la empresa es crear clientes, sus dos únicas funciones esenciales son el marketing y la innovación” (Peter Drucker).

Gonzalo Restrepo Sánchez
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