sábado, 11 de mayo de 2013

A PROPÓSITO DEL GRAN GATSBY



Bien Intencionada la historia escrita y los films llevados a la pantalla, esta es una fábula de seres solitarios determinados y esbozados a mi juicio por el arcángel Metatrón. A pesar de todo, los “destierros” y los seres antigregarios conjugan la idea de esa resaca que genera para quienes habitan una “Tierra prometida”, el deseo inmenso de ser lo que no se puede ser, pues a pesar de todo, y a la larga, siempre serán seres normales y corrientes. Recordemos que con el tiempo, Carraway (el narrador de la historia), se da cuenta de que los ricos —por muy respetables que pueden parecer a la faz de los demás—, son personas sin cuidado. Y es que Tom y Daisy no son ninguna excepción.

Otro aspecto en esta abstracción más allá o más acá de la reflexión, es sentir en cierto momento la compañía de ese Metatrón convocado por sueños y deseos del poder, de la distinción e influencia, aunque todo resulte como las desbastadoras orugas que no consiguen esconderse.“Ninguna cantidad de fuego o frescura puede cuestionar lo que un hombre va a guardar en su corazón fantasmal” (F. Scott Fitzgerald, "El gran Gatsby").




Tanto el libro como los films resultan ¿en el fondo? Una reflexión existencialista con la compañía de alguno que otro diablo de sexo femenino con la ausencia de Igaret. No obstante, no como reticencia, sino como un posible conflicto personal, debo aclarar lo que Scott Fitzgerald escribió de su personaje Jay Gatsby: “Es lo que siempre fui: un joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, un muchacho pobre en un club de estudiantes ricos, en Princeton. Nunca pude perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven pobre casarse con una muchacha que tiene dinero. Este tema se repite en mi obra porque yo lo viví”.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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