Bien Intencionada la historia
escrita y los films llevados a la pantalla, esta es una fábula de seres
solitarios determinados y esbozados a mi juicio por el arcángel Metatrón. A pesar de todo,
los “destierros” y los seres antigregarios conjugan la idea de esa resaca que
genera para quienes habitan una “Tierra prometida”, el deseo inmenso de ser lo
que no se puede ser, pues a pesar de todo, y a la larga, siempre serán seres normales
y corrientes. Recordemos que con el tiempo, Carraway (el narrador de la
historia), se da cuenta de que los ricos —por muy respetables que pueden
parecer a la faz de los demás—, son personas sin cuidado. Y es que Tom y Daisy
no son ninguna excepción.
Otro aspecto en esta abstracción
más allá o más acá de la reflexión, es sentir en cierto momento la compañía de
ese Metatrón convocado por sueños y deseos del poder, de la distinción e influencia,
aunque todo resulte como las desbastadoras orugas que no consiguen esconderse. “Ninguna cantidad de
fuego o frescura puede cuestionar lo que un hombre va a guardar en su corazón
fantasmal” (F. Scott Fitzgerald, "El gran Gatsby").
Tanto el libro como los
films resultan ¿en el fondo? Una reflexión existencialista con la compañía de alguno
que otro diablo de sexo femenino con la ausencia de Igaret. No obstante, no
como reticencia, sino como un posible conflicto personal, debo aclarar lo que Scott
Fitzgerald escribió de su personaje Jay Gatsby: “Es lo que siempre fui: un
joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, un
muchacho pobre en un club de estudiantes ricos, en Princeton. Nunca pude
perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas
mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven
pobre casarse con una muchacha que tiene dinero. Este tema se repite en mi obra
porque yo lo viví”.
Gonzalo Restrepo
Sánchez
Visite:
www.elcinesinirmaslejos.com