Este film reciente de
Peter Jackson tiene una doble lectura, dependiendo si usted es seguidor de la trilogía
sobre “El señor de los anillos”, o no lo es.
Ese
cosmos de la Tierra Media y Mordor, habitado por fábulas épicas y mágicas, hobbits y
elfos, enanos y orcos, la luz y la sabiduría que simboliza el mago Gandalf y la
oscuridad que personifica el malvado Sauron; son los ingredientes necesarios
para aclamar esta nueva película de Jackson.
De manera que en un
largo flash back (los recuerdos del anciano Bilbo Bolsón sobre lo que le
ocurrió en su entrañada juventud), vemos cómo la regla de los tercios en la
estructura del guión cumple a cabalidad no sólo las pausas dramáticas señaladas
por la cámara, sino que arbitra la contraposición del mal con el bien (las
espectaculares escenas del mago Gandalf).
Y es que el film podría
ser la gran metáfora de la vida, donde para transitarla, esa “oscuridad y luz”
obliga de todas formas a recorrer un camino nada fácil: Siempre tendremos a un
lado y de alguna manera (dentro de usted mismo) a ese Galdalf y a un Sauron
(ese lado oscuro del corazón), que cada vez que derrotamos, siempre aplaudimos
a rabiar.
Por eso es excelente la
película, pues en el fondo de cada espectador, siempre lleva dentro ese “héroe”,
ese Hobbit acompañado de elfos para poder cumplir nuestras metas en este planeta
al que llamamos tierra.
Ahora, si usted no vio
la trilogía (le aconsejo que lo haga), pues
se sentirá aburrido y desesperado por no haber visto las fábulas que le
preceden, aunque esto no es óbice para descalificar a esta excelente película (que entre otras cosas, nada tiene que ver con la trilogía), que se recrea una
vez más en los efectos especiales y en una puesta en escena magistral, donde
cada elemento aporta más al encuadre.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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