Nos
encontramos en los años sesentas —donde muchos crecieron viendo televisión, al
igual, de pronto, que usted y yo— para esta película thriller, comedia negra y
western a la orden de Tarantino que, cargada de tantos guiños cinéfilos —en la
música, filmes, en personajes y situaciones—cualquier asistente culto cinematográficamente
hablando, la va a disfrutar mucho más que cualquier espectador desprevenido.
Otro
aspecto importante para la valoración del filme entre la estrella de un western
televisivo, Rick Dalton (DiCaprio) y su stuntman (Brat Pitt), es el corte entre
la película filmándose con ellos y la que muestra Tarantino. La cinta es una
reflexión de un Hollywood Tarantiniano, donde el cineasta se arrebataba en
abundancia con la sonoridad circundante de sus agudos diálogos e incluida la
música, amén de los intereses fílmicos de los productores.
Algo
más que un meticuloso ejercicio de estilo, Tarantino lo confía todo en la
imagen —la de la televisión también— y de pronto como si todo fuera metonímico
entre gestos, miradas y silencios, registra a casi todos los actores (y
personajes) como Sharon Tate (cuando frente a una sala de cine, dice que quiere
entrar porque ella trabaja en la cinta que está proyectándose) o Bruce Lee,
purificando un sentido lúdico de la narración temporal y en otros momentos de “realismo
ficticio”.
“Todo
mundo necesita un doble” dice George (Bruce Dern) al doble de Rick. Claro que
si —y en el cine más—, pero resulta que en la vida sucede igual, sobre todo
cuando en un universo de oropel como el observado, todo es mentira —o verdad mentirosa—
según el o los interlocutores. Vale la pena recordar la película “Smoke”: un
estanquero, interpretado por Harvey Keitel refiere a un escritor (William Hurt)
falto de ideas, un cuento navideño.
Gonzalo
Restrepo Sánchez
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