martes, 16 de abril de 2013

"LOS INÚTILES", DE FELLINI: EN SU SESENTA ANIVERSARIO UNA REFLEXIÓN



En un barrio cuyo nombre no quiero citar, y habitantes de él —que tampoco quiero aludir—, existen, y por supuesto no en tan muchos otros pueblos del planeta, una serie de locaciones y de personajes en edad adulta, quienes se levantan tarde y no hacen nada en el resto del día. Viven de falsas apariencias, viven “la dolce vita”, les gusta la rumba, se emborrachan (¡y sin pagar!), son conquistadores, embarazan a las mujeres y construyen irrealidades.

Supongo que cuando ellos se miran al espejo, no ven el reflejo de sus tristes realidades, porque sólo buscan la respuesta de si son realmente jóvenes y bellos —cuando el tiempo ha comenzado a pasar sin avisar—. Pero, si a esos personajes de barrio, los reúno y los coloco frente al filme de “Los inútiles”, soy un convencido que el cine sí los pone en su sitio; ya que el cine llega a los sentimientos.

Enseguida se produce un cambio perceptivo. ¿Por qué? Porque pone el aprecio en primer plano del espíritu y del intelecto, ya que no se puede ser imbécil toda la vida. Así que, fíjese estimado lector lo que puede lograr el cine en su relación con cualquier tipo de espectador: La lección y “la voz del celuloide” pegada a nuestros oídos, susurrando cosas que como diría el dramaturgo y escritor Oscar Wilde: “son a veces enteramente ciertas”.

También se produce la identificación primaria (Metz propone “fase pre-edípica” de la historia del sujeto). Es aquella por la que el espectador se identifica con su propia mirada y “se experimenta como foco de la representación, como sujeto privilegiado, central y trascendental de la visión”. Constituye el modelo ideológico y fisiológico del idealismo. 

Y es que la película que hoy nos ocupa, nos muestra la vida de cinco hombres: Alberto, el conquistador Fausto, el cantante Ricardo, Moraldo (el que narra en la historia de lo que le sucede a sus amigos) y Leopoldo; quienes significan y amplifican la prolongación de la inmadurez. Individuos conformistas, faltos de iniciativa, superficiales y pasivos aunque con grandes ambiciones — ¡Sí, así es!—. Pero la holgazanería, es la triste realidad de esos seres, quienes se aprovechan del amor de sus padres, creyendo además que son seres inmortales, hasta que la vida los pone en su triste realidad: No tienen absolutamente nada y no son nada.

De todas formas, el viaje de Moraldo al final de la película, debido a su crisis existencial, no es otra cosa que la construcción de la metáfora sobre la existencia en este mundo y sus enseñanzas, ya que cuando aborda en el tren, ha decidido embarcarse en la ruta de la vida misma. Ya lo dijo algún sabio: “Morir es muy sencillo, saber vivir es muy difícil”.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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