Esta historia ambientada en la Isla de la Fantasía, una pequeña isla
ubicada en la frontera entre Colombia, Brasil y Perú, plantea el tema de los desplazados
de Colombia. Y es que el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC
para asimilar el efecto que el conflicto armado tiene en familias inocentes, inquieta
en un drama alejado de la marginalidad y la exclusión social.
Si bien la cineasta Seigner realiza un filme sobre
cómo pugnar honestamente con la pérdida de un ser querido e igualmente sobre la
nada fácil idea de perdonar —algo difícil en el ser humano—. Aun así, Seigner
cuida no presentar estos puntos reflexivos, emotivos, aunque mostrados con gran
riqueza audiovisual y de manera muy explícita. Y es que a la hora de hablar del
conflicto y plantear los problemas burocráticos de los desplazados, siempre
habrá muchos fantasmas por descubrir.
La película en un tono —con algo de realismo mágico— tolerable
y que conmueve por momentos, plantea a través de sus protagonistas la esperanza
de iniciar un nuevo mundo gobernado por valores e ideas democráticas en los que
no sea forzoso luchar por lograr una dignidad, y donde la aptitud dé paso a la fraternidad.
Aunque resulte una reflexión cándida, podría ser considerada una muestra de
vivir en paz con uno mismo y los demás.
Los protagonistas (entre ellos la niña) terminan por rendirse al nada ilusorio universo
que se abre frente a ellos. En el fondo, han encontrado la tranquilidad que se
anhela entre tanta violencia. Un “compañero” —el sosiego— para poder mantener
una conversación agradable con uno mismo y comenzar un negocio idealista. La
idea de utilizar el deseo del trabajo y superación en una civilización utópica —alejada
de la barbarie—, genera unos personajes creíbles y una historia para nada
lacrimógena y con los tips propios de ese cine latinoamericano de la pobreza y exclusión
social, aunque la película no acentúa la abyección como idea central.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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