Lo primero que habría que decir es que en esta
adaptación seriada de la máxima obra de Gabo, habría —desde ya— tener que
olvidarse de adaptaciones fieles al texto. Si no, realmente sería una locura y
los ataques vendrían por todos lados del mundo literario.
Y es son varias mis razones para señalar tal
consideración. La primera sería que el texto de Gabo está cargado del tropo
oxímoron (además de otros) y es realmente imposible visualizar esta riqueza
literaria por una razón: el cine desliteraturiza. Como explicar: “Amaranta
decide bajar al reino de los muertos llevando el correo de los vivos”. Ni
hablar de las hipérboles donde Gabo muestra ciertas bondades de Aureliano
Segundo.
Otro aspecto sería la semanticidad de lo sobrenatural
en la obra de García Márquez y sus presagios. El ejemplo sería tomado de otro
texto de Gabo, “La viuda de Montiel”, cuando Carmichael vaticina el mal tiempo
porque le duele los callos. En mi libro “Gabriel García Márquez y el cine ¿una
buena amistad? Se plantea precisamente qué textos de Gabo brilla (los tomados
del verismo) y no tanto por el denominado “Realismo Mágico” —el ejemplo estaría
en Amaranta, quien desde su cama oyó los pasos y murmullos, y luego, “un hondo
silencio oloroso a flores pisoteadas”, cuando se iba enterrar a Pietro Crespi.
Esto no lo puede hacer el cine.
Pero es que, cuando además, nos basamos en la
“Antropología estructural” de Levi Strauss y su definición de mito (cargado de
mitemas, es decir los relatos fantásticos como el citado anteriormente de
Amaranta), no podemos andar con una lupa en el texto audiovisual viendo por dónde
está el mitema. O por dónde están las obsesiones garciamarquianas (las cartas,
las muertes, los presagios, etc.).
Otra cuestión muy importante en este texto de Gabo,
como en muchos (muchos) otros, es la actividad
onírica bajo ambientes propios de la vigilia como son la sociabilidad, la
facultad de actuar según la voluntad o el escueto hecho de estar despierto (de
pronto, alguno de los hijos del coronel como Aureliano Triste).
Ahora, ni hablar de otros personajes que habitan “Cien
años de soledad”, con cierto grado de dificultad para encarnarlos. Si bien muchos
actores podrían estar aquí en Colombia y otros en el exterior, sobre todo las
mujeres. ¿Cómo lograr en el cine ver a Pilar Ternera —sin la escena a la fuerza
de Arcadio para amarla—, con “… la rara virtud de no existir por completo sino
en el momento oportuno”?
Recuerdo hace mucho tiempo cuando vivía el actor
mexicano Anthony Quinn, que en una visita a Madrid señaló su deseo de
caracterizar al coronel Aureliano Buendía (que a mí parecer no estaba muy lejos
de ser en la vida real, el personaje de la novela). No obstante y si bien, de
los pocos actores y actrices que caracterizaron algún personaje
garciamarquiano, como Irene Papas (la famosa abuela desalmada) sale triunfante
montada en su burro sin perder el aire de grandeza; ¿qué actriz con los ojos
amarillos y almendrados encarnaría a Petra Cotes?
En fin, se podría escribir un libro sobre los
problemas que tendrá el guionista para escribir la serie sobre “Cien años de
soledad” (que en el fondo no le deseo), y es que entre otros aspectos de la
dramaturgia cinematográfica, el “Realismo Mágico” es un serio problema para
cualquier guionista de experiencia y categoría. De todas formas, las normas de
la escritura audiovisual estará más a favor de lo disruptivo del guionista que
de otra cosa (no hay escuela que valga), aunque como decía el autor de
“Psicosis”, “Para hacer una buena película se necesitan tres cosas: el guion,
el guion y el guion”.