Si bien no hubo premios India Catalina este año en las
diferentes secciones del festival de cine de Cartagena de Indias, el público se
recreó con una gran cantidad de cine colombiano en sus expresiones de
documental y ficción. Lo que sí está claro es que algunos cineastas les van
mejor en el documental que en el de ficción.
Sin ser el caso específico, un botón de muestra es el
filme “Monos” de Alejandro Landes (“Porfirio”). Sin apostar por el bien o el
mal, la historia en clave de thriller plantea (a través de unos niños soldados,
sus rehenes y sus fuerzas) dejar a consideración del espectador unos personajes
como víctimas y, otros como villanos. Asimismo la historia deja un claro eco
sobre las sociedades secretas.
Y desde este punto de vista, el filme de Landes señala
con cámara firme lo que esto representa en casi todos los órdenes de la
sociedad y la vida del ser humano. La colectividades secretas para algunos
investigadores nacen de la necesidad que tenían brujos, magos y hechiceros
prehistóricos de proteger en secreto sus prácticas y sus rituales, al mismo tiempo que los compartían con sus
alumnos o sucesores.
“Männerbunde es el término germano que se utiliza para
referirse a cierto tipo de organización secreta, una especie de hermandad
compuesta tan solo de hombres (guerreros y cazadores) que ha existido desde los
orígenes de la humanidad y que se mantuvo viva, con ligeras variantes, hasta la
época del nazismo”. Muchas novelas hacen eco a esta temática (“El círculo
mágico”, Matilde Asensi en “El último Catón”, Umberto Eco en “El péndulo de
Foucault”) y el cine por supuesto no se queda atrás.
De manera que “Monos” abarca todo el contexto de esas sociedades
secretas. Hay una necesidad en este tipo de búsqueda por dar imagen a todo, sin
que esto implique un acecho a lo desconocido. Los principios que motivan esta
línea, es pues la pretensión de, a través de filmar ese cosmos, luchas sin
sentido que solo pueden acarrear una mayor destrucción.
Además de señalar, catalogar un paisaje o un rostro en
la cámara (cualquiera de los observados en el filme), es sin lugar a dudas,
dotarlos de laberintos. Aquello nunca filmado, si se revela con ingenio, es
capaz de amplificar los límites de lo que deliberamos visible y audible, sin
dar un paso fuera de nosotros, sin abandonarnos.
Landes aspira a ser ecuánime, sin ser pomposo y
ligero, como si no pretendiera perturbar la realidad con su cámara. No es pues
una muestra de un cine violento, pero sí a su vez, mucho más perspicaz para
captar los detalles de las relaciones humanas que, aunque apenas acontecen
entre un grupo de personas muy jóvenes, de pronto ilustran las experiencias
diferenciadas y los matices que patentizan el crisol de formas que tienen las
personas de vivir sus realidades.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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