viernes, 13 de diciembre de 2019

Sibyl


La nueva realización de Justine Triet (“La Bataille de Solferino”) parte de un guion nada fácil. Cuando escuchamos del personaje principal: “Mi vida es una ficción. Puedo reescribirla como pueda” o “Estoy en el corazón de cada decisión”; cada uno de los personajes observados permite a la cineasta y sin susurrar, una reflexión a la larga sobre las relaciones entre la vida y la ficción.


Y es que esa relación entre una psiquiatra —que escribe una novela— y su paciente  —una joven actriz—, nos lleva de la mano a la reflexión sobre la existencia y la invención. De manera pues que todo este escenario entre los personajes del filme, esboza ese límite entre realidad y ficción. Si la literatura (e igual en el cine) no se somete al ensayo de verdad, se puede certificar que todo es ficcional, eludiendo aquello de verdadero o falso.

A este respecto Tzvetan Todorovo escribe: “El arte es una imitación, diferente según el material que se utiliza; la literatura es imitación por el lenguaje, así como la pintura es imitación por la imagen. Específicamente, no es cualquier imitación, porque no se imitan las cosas reales sino las ficticias, que no necesitan haber existido” (Todorov, 1967: 354).

Cuando todos los espectadores observan parte de una filmación en Strómboli, vino a mi mente el filme “Stromboli, terra di Dio”, de Rossellini. No porque se parezcan. Es que algo —o mucho— hay de cierto cuando en una introspección debemos no estar muy lejos o muy cerca de nuestras intenciones en la vida.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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