miércoles, 2 de octubre de 2019

Joker (Guasón)


El cineasta Todd Phillips ha realizado con “Guasón” una película que le valió “El León de Oro” en el reciente festival de cine de Venecia. Y con esta antesala estamos seguros que, de cara a los “Oscars” le irá muy bien —hay aspectos cinematográficos de la cinta de factura— y por varias razones que intentaremos dilucidar en esta crítica.

El log line de esta cinta podría ser el de Arthur Fleck (Joaquín Phoenix), un hombre ignorado —como a muchos otros— por toda una sociedad, cuya razón de ser en su vida es el de hacer reír. Y es que el expresar el amor o consideración hacia los demás, “no es un síntoma (de vicio o de virtud), es actividad. Es una praxis (esto es, una actividad creadora) que funda y libera posibilidades. No es el camino de la abstracción, sino el de la máxima concreción […] invita a respuesta, a que tú respondas, en donde la respuesta no es formal, sino efectiva a la manera de fórmula: la suficiencia del otro —persona— interpela a asumir, proferir y alcanzar él te-amo” (Cf, Barthes, 2001, 239).

El filósofo Arquitas plantea asimismo otra figura con estas palabras: “del mismo modo que es difícil encontrar un pez sin espinas, así es difícil encontrar un hombre que no tenga en sí algún dolor clavado como una espina” (1). La espina diferencia tanto el espinazo del pez como el martirio de un ser tan patético como Guasón. Y esto es lo que le ocurre a Arthur, sobre todo cuando se necesita cariño y afecto —salvo el otorgado por su colega y que de cara al mundo, es un payaso enano—. Pero al margen de este observación, “Guasón” se desarrollara en la trinchera —el alma— del personaje, donde intenta resguardarse de los demás —con sus máscaras, que significa “persona”—, para luego en su soberanía “volver la atención” sobre sí mismo, e intentar no repetir de manera alguna los mismo errores. Y lo remarcado entre comillas, simplemente una forma simbólica de señalar su odio a la torpeza humana.

Y es que todo esto ocurre cuando la aceptación sociocultural no modula una sociedad en torno a la burla, no solo en la ciudad Gótica sino en cualquiera de las que usted habita —hipócrita a la larga—. Lo cierto es que, ese tercio final de la película —manifiesto por la ausencia de sentimentalismo—, la franqueza de los diálogos, la sobriedad de la puesta en escena —más allá de ciertas licencias e imágenes simbólicas—, como cuando Arthur encerrado en un centro psiquiátrico empieza a escabullirse más allá de su ceñido hábitat. Permitiendo que la historia se desplace más allá a lo que podría llegar a ser Arthur: “sus ojos pueden ver confusamente por dos tipos de perturbaciones: uno al trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz” (Platón).
Punto aparte merece especial atención la música de la película (un texto escrito por la joven chelista islandesa Hildur Guðnadóttir. Una partitura acertadísima  (para “Oscar”) en lo temporal con filiación de lo mucho que revela y del impacto emocional que presuma su espectro —lo cual se expone por su intensidad a la historia—. En correlación al Guasón, como personaje, la música no revela su interioridad —por eso no se “ilumina”—, pero sí se imagina habitualmente como punto de encuentro a quien suele cuestionar su entorno y al mismo tiempo enloquecer; proporcionando así una risa menos absurda.

Maladies II. Edición francesa de Jacques Jouanna, Paris: CUF, 1983. Traducción del autor.   




Gonzalo Restrepo sánchez
Visite: www.elcinsinirmaslejos.com.co