Los días de la ballena
(Catalina Arroyabe, 2019), es un
drama paisa que logra plantarse en el difícil equilibrio entre la ligereza y el
mensaje.
El grafiti protagonista en el filme, se constituye en una de las expresiones de
un movimiento urbano (con señales de provocador y rebelde) y en el hip hop, nacido
como una ofuscación artística en la subcultura marginal en el sur del Bronx y
en Harlem (Nueva York) durante la década de los setenta del siglo pasado, entre
los jóvenes latinos y afroamericanos. Incluso se pueden hallar orígenes en
pinturas paleolíticas o en la antigua Roma, cuando se dejaban recados sobre las
columnas o paredes.
Cuando observamos en la película ambientada en la
ciudad de Medellín a la pareja protagonista (caracterizada por Laura Tobón
Ochoa, David Escallón Orrego) charlar
sobre sus asuntos personales y al fondo se lee el graffiti: “Menos balas y más
orgasmos”, se evidencia sin que resulte tautológico en el mensaje crítico, una ciudad violenta en
algunos espacios y comunas. El graffiti: “Los sapos mueren por la boca”, y
sobre el que se erigirá un lado de una ballena, ordenará las intenciones de un
espacio heterotópico más adelante.
Esta Ópera prima de Catalina Arroyave Restrepo si bien
plantea una cultura callejera y válida, el grafiti como protagonista involucra
el elemento isotópico y, la música alternativa de Sigarajazz y Alcorilykoz
entre otros con sus respectivas composiciones (a excepción de la canción “Medellín”
por citar solo un ejemplo) asigna un espléndido estudio sobre la música diegética
e intradiegética para subrayar en períodos de la diégesis, algunas intenciones
dramáticas.
Sin ser en su totalidad una historia sobre la marginalidad
y seres abyectos (por las condiciones sociales diferentes entre Cristina y
Simón, más marginal), ya que no plantea subversión alguna, tampoco resulta
incómoda y delictiva contra manejos globales capitalistas, aunque sí con
adhesiones a una actitud a favor de la paz —precisamente, el título del largometraje
hace referencia a esa señal.
De manera que la cineasta paisa logra que la trama y
la elaboración y producto del grafitti observado como arte urbano, nada efímero
y que termina por dejar rastro —al igual que, Los hongos (Óscar Ruíz Navia, 2014), que sigue el deambular de dos
jóvenes grafiteros en la ciudad de Cali—; es una exaltación a la desobediencia, calidad pictórica y oposición
al grosero sistema de valores imperante. Y es que este drama a la larga invita
a observar una vez más Girl Power (Sany,
Jan Zajícek, 2016), una cinta documental realizada por una artista urbana
de origen checo, que señala —y hay que insistir en ello— el papel de la mujer
en el grafiti.
Gonzalo Restrepo Sánchez
www.elcinesinirmaslejos.com.co