Evocando
quizás la tradición de la literatura clásica británica de fantasía, con sus algarabías
y universos propios, directos al convencionalismo, en la línea de Jonathan Swift,
Lewis Carroll, Tolkien, etc. J. K. Rowling moldea así su creatividad.
De
todas formas, el filme presume la segunda entrega (serán cinco filmes), tras la
genial, pero algo pesada “Animales fantásticos y dónde encontrarlo” (David
Yates, 2016). Estas películas (hay que reconocerlo) son realizadas para sus
seguidores, con sus señas, sus mensajes y hasta ciertas invenciones sociales,
más allá de las propias historias.
Con
el fabuloso virtuosismo que han rebasado los efectos digitales en pleno siglo
XXI, el filme tiene por un lado, un arranque con huida del villano Grindelwald
(Johnny Depp) en una carreta fantasma, pero por otro, al zoólogo de bestias
irreales Newt Scamander (Eddie Redmayne) en su estado puro, llamando la
atención su absoluta apuesta por un cine de estilo.
Una
pieza que bien pudo ser de suspense y remitirnos un poco al cine negro clásico
(atestado de personajes ambiguos) y que dejan
ver manifiestamente sus verdaderos planes, esgrimiendo atmósferas seductoras y
una puesta en escena cargada de efectos especiales.
De
todas formas, Albus Dumbledore (Jude Law) recluta a su antiguo estudiante Newt
Scamander, quien accede a prestar su ayuda. Hasta ahora se creía
que Dumbledore tenía solamente dos hermanos. Algo a tener presente en esta
historia y hablando de Dumbledore, es que era un Obscurial (un joven mago que
ha desarrollado un Obscurus, como resultado de haber suprimido su magia a
través de abusos psicológicos o físicos, generalmente por temor a ser
perseguidos por muggles). “Cuando un Obscurial sobrepasa su límite emocional,
pierde su control sobre el Obscurus, y lo libera como un viento destructivo
invisible, o casi invisible, o puede transformarse físicamente en él”.
Desde
las primeras y selectas representaciones pictóricas, con esas imágenes arquitectónicas
de París y Londres, adornadas con sus características luces y atmósferas de la
época, mientras se escucha la música compuesta para el momento por James Newton
Howard, ambos conceptos logran que, el espectador esté atento de una función
que, en principio, promete mucho más de lo que acaba dando, resultando
destacable el modo en que se presenta a los protagonistas, a pesar de sus
diferentes caracteres.
De
manera que sin necesidad de cometer spoilers, pienso que la película de Yates se alarga más de la cuenta y la secuela genera
un cierto letargo del que casi no salimos bien librados.
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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