jueves, 13 de septiembre de 2018

UN ASUNTO DE FAMILIA (Manbiki kazoku)



La película “Un asunto de familia” del coreano Kore-eda, Palma de Oro en Cannes y uno de los favoritos al Oscar tras su triunfo en el festival francés, trata de Osamu y su hijo, quienes dedicados vagabundear con pequeños hurtos (para comer) encuentran una niña en pleno ambiente del frío oriental. Tras recogerla y llevarla a casa. La esposa de Osamu no está de acuerdo con la decisión, pero finalmente accede cuando surgen las dificultades de la niña, en un claro eco a Dickens.

El asunto cambia cuando a través de un accidente, se ponen a prueba aquellos lazos que les unen como seres humanos que son. Y es que esta magistral historia, plantea que no existe nada más conciliador en el interior del espectador de cine, cuando su conciencia y su pesadumbre son manejadas en la trama desde el punto de vista del niño y los ejemplos abundan en el cine desde aquella cinta “El chico” con Charles Chaplin.
Aunque un paradigma como anillo al dedo es la película del mismo Chaplin, “The Tramp (Charlie on the Farm”). El personaje representa la desdicha humana, no porque el personaje simboliza la desdicha humana, no porque él quiera ser infeliz, sino como resultado de un entorno hostil. La mayoría de sus películas muestran dos situaciones paralelas y contrapuestas (como la del coreano que hoy traigo a la columna). Los guiones no se limitan a un enfrentamiento de clases. Charlot intenta abandonar la marginalidad, pero, cuando lo consigue, tampoco encaja en el mundo de los ricos. Por tanto, se convierte en un personaje discriminado.
Y es que las aflicciones, si bien parecen girar en un universo sin ley y conseguir todo aquello que se desee, la premisa de darle al pobre lo que tiene la gente más adinerada, ha sido también otro corolario a la hora de observar los desiguales roles sociales no solo en el cine sino en la vida social. La película “Los olvidados” de Luis Buñuel, es un claro paradigma de ello. No hay que escudarse en el cine para tocar todos estos temas de actualidad, pero es que este medio y el espectador solo frente a la pantalla (que no es otra cosas que su propio interior) desnuda sus propias cuitas.
En este sentido, ¿atravesar la frontera de lo ficticio dónde queda? Pienso que por el protagonismo compartido entre espectador y “ese niño” (que es él a la larga) todo queda latente sin límite alguno. Y es que para las historias de familia y seres desprotegidos, engendran (y no sé por qué) las primeras dudas éticas que surgen y girarán en torno a la vida misma.
Sirva pues el cine para desarrollar en el campo de la vida social, todo ese espeso tema de la exclusión social y seres marginados, donde nadie se toma la molestia de nada. En los niños, la ingenuidad infantil habla de la indulgencia y ahí hay que aprender la condición del ser humano.
De manera pues que este tipo de cine, bien amerita ser tenido en cuenta, no es que “no voy al cine a ver sufrir”, como algunos espectadores señalan. En este sentido no se puede opinar de lo correcto e incorrecto. Hay que tener conciencia de lo mucho que enseña, no obstante, este cronista piensa que la vida con incertidumbres, siempre invitan a buscar soluciones donde en apariencia no existen.
El escritor norteamericano Trenton Lee Stewart señala un excelente escolio que: “Debes recordar que la familia nace a menudo de la sangre pero no depende de la sangre. Tampoco es exclusivo de la amistad. Los miembros de tu familia pueden ser tus mejores amigos. Y los mejores amigos, estén o no relacionados contigo, pueden ser tu familia.”.

Gonzalo Restrepo Sánchez 
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