El cineasta
Sam Curtis ha realizado un excelente filme donde sin muchos sobresaltos
dramáticos, nos relata un hecho real sobre, cómo en muchos casos,
la justicia llega para aclarar verdades. Sobre todo, aquellas que originaron
los nazis en Europa. En esta oportunidad, el filme nos permite sentir el
esfuerzo de seres humanos por conseguir lo que se proponen, a pesar de ciertas dificultades.
En un ir y
venir del presente al pasado y viceversa, la historia reafirma un presente,
indicando sin aspaviento alguno un pasado lleno de opulencia en una familia
rica que fue despojada por el nazismo de todo. Sin ser una película sobre el
holocausto, y en este contexto, el hilo conductor del relato: María Altman
(Helen Mirren) nos convence. Y es que la actriz una vez más, pone su capacidad
y talento para un personaje solitario en cierta medida, pero con ganas de vivir
siendo feliz (tanto en su presente como en su pasado).
Visto el
asunto de otra forma menos profunda, quizá podamos escribir que trata del
cuadro de Gustav Klimt “El Retrato de Adele Bloch-Bauer”. Pero si investigamos
un poco más al respecto, vemos que detrás de un cuadro, hay una historia fascinante
(como muchas en la historia universal de la pintura). En 1907 el marido de
Adele Bloch-Bauer le encargó un retrato al mejor artista de Viena, Gustav
Klimt. Musa y pintor acabaron siendo amantes.
Gonzalo
Restrepo Sánchez
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