jueves, 21 de mayo de 2015

EL ABRAZO DE LA SERPIENTE



Cada vez que el cineasta Ciro Guerra realiza una película, pone  más alto el listón para alcanzar su propia voz en el relato cinematográfico. En esta oportunidad con “El abrazo de la serpiente”, sólo el tiempo dirá la envergadura de esta cinta que le dará la vuelta al mundo, aunque no produzca un peso en su país. Pero es que la vida de las películas es así.

Esta historia basada en hechos reales, evita cualquier deus ex machina y se centra en aquello que le interesa.  Y con una cámara que no se siente, es a modo de road movie, la expedición del ser humano en pasajes poco conocidos por el hombre deseoso de buscar algo más allá del encuentro con uno mismo. Si aceptamos este punto de partida, la película entre el flash back  y el presente, va debelando que todo es posible gracias a la terquedad, aunque de pronto se confabule todo hacia uno mismo y no pase nada.

De manera que en unos paisajes, nunca antes visto en películas de ficción colombianas, verdaderamente en la Amazonía colombiana impera su majestuosidad. Además, con la fotografía en blanco y negro, sumerge el espacio en un tono de misterio. Gracias a esto, el cineasta encuentra el uso de la ficción (como ordenan los cánones de la etnografía audiovisual), como una condición más pertinente de acercarse al cosmos simbólico de las sociedades.

De manera que el cineasta caribeño se recrea en una fastuosidad digna de un Ford, o de un Antonioni. Un viaje por las amazonas hasta la cumbre de la muerte, llevando consigo su nihilismo. Y es que “somos lo que somos, porque otros fueron lo que fueron”. Podríamos  inscribir en esta misma idea, no tanto porque trate de algo imposible (de hecho no lo es), sino por la forma en que Ciro Guerra juega al misterio, proponiendo al folklore ancestral y a la religión como elementos de fuego eterno.

Sin temor a equivocarme, la historia del cine colombiano dirá en su momento (no muy lejos), que "El abrazo de la serpiente" es la más importante película del cine nacional. Por muchas razones, pero una, es que si el cine ha de servir para contar algo más que historias, la película de Ciro Guerra deja en la memoria audiovisual nacional, un trabajo perfecto sobre una región del país olvidada, tanto ayer como hoy. Además, le impregna todo el misterio y grandiosidad a una cultura aún por mirar con otros ojos.

Pero en el tratamiento cinematográfico, el cineasta se recrea con una cámara limpia de todo impulso por el sobresalto. Una lección del buen manejo de la cámara, que nos remite al pensamiento de Bergman cuando sentenció que la cámara es el corazón del cineasta. En la del cineasta Ciro Guerra, mucha espontaneidad. Pero hay razones desde el punto de vista de etnografía audiovisual, donde (y sin temor a equivocarme), bien vale la pena observar y detenerse un poco.


Si Jean Rouch es el creador del “cine directo”, por lo que Robert Flaherty y Dziga Vertov en su momento llamaron “cine-verdad”. Guerra asume una actitud de autoconciencia, de observación participante y de lo que se ha llamado "antropología compartida", y que, en esta oportunidad transgrede (en el mejor de los sentidos)  los límites de lo común o habitual. De manera que Ciro Guerra, de pronto deriva a una estilización que embellece la imagen en blanco y negro para esas culturas tribales,  primitivas, pero en el fondo conmovedoras


Esta idealización implica una pregnancia, como potente recurso emocional; aportando por supuesto su sello de autoría (ya sólido) y que al mismo tiempo le permite no separarse de los cánones a lo John Ford, en su pasión por el espacio y la aventura.

Gonzalo Restrepo Sánchez

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